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El día del niño, o de la niñez como lo llamaron este año los 475 niños y niñas que cumplen aislamiento en los hoteles de la Ciudad disfrutaron de una hermosa sorpresa.

El pasado domingo se festejó en todo el país el “Día del Niño”, pero 475 niños y niñas lo festejaron de una manera muy especial, ya que lo hicieron en el lugar que Gobierno de la Ciudad les ha destinado para que pasen su aislamiento por ser portadores de Covid 19.
Estos niños viven con sus familiares en las habitaciones de los distintos hoteles que el Gobierno Porteño tiene contratados y en donde ellos transitan sus días de cuarentena hasta tanto se les dé el alta definitivo. Ellos no tienen síntomas y si los tienen son muy leves, conviven en la habitación por lo general con las personas que viven en sus respectivos hogares.
Ellos habitan en los hoteles donde reciben desayuno, almuerzo, merienda y cena además de medicación aquellos que la necesiten. Para cumplimentar con todas estas necesidades el Gobierno cuenta además de su personal con más de 1000 voluntarios que día a día ayudan a realizar las tareas necesarias.
La iniciativa de la Ciudad surgió de los mismos voluntarios que desde el mes de marzo están trabajando de manera incesante en los hoteles junto a la familias contagiadas de covid. Juana Correas, del equipo de Arbolado de la Ciudad cuenta que pensaron que podían hacer algo más por los chicos. La idea enseguida tuvo eco. Así, el enorme grupo, en el que participan más de 1000 voluntarios, distribuyó en los 50 hoteles los kits con juguetes, pelotas, marcadores, lápices, papeles y libros para colorear. A las actividades lúdicas se sumó la inclusión de una merienda especial.
Queremos a continuación dejarles algunos comentarios que nos hicieron llegar de Atención Ciudadana con la información de distintos niños que conviven allí.
“En la habitación 70 del hotel Destino Real, en el barrio de Balvanera. De acuerdo a los nuevos hábitos adquiridos, Iara, de 9 años, Demián, de 8, y Yamal, de 3, esperan 15 minutos que parecen eternos antes de abrir la puerta. Están haciendo un poco de trampa, ya se enteraron de que los espera una sorpresa. Es difícil ocultarles algo. Como dice su mamá, Camila, de 25 años, “son tremendos”.
Los tres hermanos comparten la habitación con su mamá y el papá de Yamal, Nahuel, desde el lunes, cuando se enteraron que tenían covid, recibieron su sorpresa”
“Aaron, con sólo 11 años, tiene las cosas más claras que muchos adultos. Cuando su mamá y su tía le dijeron que tenía covid y debía ir a un hotel, no tuvo miedo. “Sabía que era para aislarme y no contagiar a otros”, explica. Su tía Josmary, con quién comparte la habitación en el Cyan Hotel de las Américas, cuenta riendose: “Lo único que dijo fue <<¿y el wifi? ¿hay wifi en el hotel? Porque si hay wi fi todo está bien>>. Eso era lo que le preocupaba”.

Aaron es venezolano. Llegó a Argentina con su papá hace unos dos años, después de haber estado meses separado de Dalice, su mamá, que fue la primera en migrar. En diciembre, su papá falleció por culpa de un cáncer. Desde entonces, vive con su tía y su mamá en un hotel familiar en Monserrat y asiste al sexto grado de la Escuela N 4 D.E. 3 Coronel Isidoro Suárez

Desde el martes, está en uno de los 50 hoteles para pacientes leves. “Aaron entre lo de su papá y el encierro no estaba muy bien. No quería comer. Aquí está muy contento. Está muy pendiente de la comida y come bastante, tiene su computadora, tiene su teléfono. Le cuento a mi hermana y ella me dice: <<no sé cómo vamos a hacer para sacarlo de ahí>>”, dice Josmary.
Aaron pasa los días en el hotel jugando al Minecraft, viendo la tele con su tía y está recibiendo apoyo psicológico.“Me gusta estar en el hotel, es de cuatro estrellas. Creo que, inclusive, estaría mejor aquí que allí donde vivimos”, afirma.
Ni Josmary ni Aaron tuvieron ningún tipo de síntoma. Sin embargo, Aaron no se siente muy bien cuando tiene que hacer la tarea. “Él se ha puesto muy flojo. Allá mi hermana era muy estricta y él aprendía. Pero como a mi hermana le ha tocado todo esto… ahora a él le cuesta hacer la tarea. Le digo <<Aaron vamos a hacer la tarea>>. Y él me dice: <<No que yo estoy en reposo porque estoy cansado>>. Entonces le digo: <<si estás cansado de verdad, suelta esa computadora y acuéstate a dormir un rato>>”, narra Josmary.
Leonardo Gabriel tiene 12 años, vive con sus padres en el barrio 21-24, un mes atrás llevaba una vida como cualquier otro chico en pandemia: clases por zoom con la compu que le dio el colegio y aislamiento obligatorio. Cuenta que un día su hermano mayor comenzó a sentirse mal, más tarde su prima empezó a desmejorar y entonces la familia entera decidió ir a testearse.
Comparte vivienda junto a las familias de sus dos tíos, en total fueron 12 las personas que se testearon y todos dieron positivo. Su mamá junto a sus tías y sus primas fueron alojadas en otro hotel, en tanto él junto a su papá y sus dos tíos fueron alojados en el hotel Deco Recoleta.
Chechu, como le dice su tío Enrique, es fanático de River, lo primero que mencionó de su estadia en el hotel es:” la comida acá es perfecta pero lo que más me gusta es la cama”, se ríe. “Al principio, cuando me dijeron que tenía covid, me asuste un poco, pero yo me siento bien, no tengo nada”.
Cuando tiene que hablar de sus pasatiempos en el hotel dice, “por suerte acá tenemos dos teles así que puedo ver lo que a mi me gusta, yo veo la familia Ingals y Gravity Falls, jugamos a las cartas y esas cosas”. Al momento de hablar de la escuela hizo una pausa, casi como si su maestra lo escuchara y relata en voz baja “ acá en el hotel no hice nada de la escuela”.
Al ser consultado por cuál va a ser la primera actividad haga ni bien llegue a su casa responde “ jugar al fútbol, es lo primero que quiero hacer”.

Iara y Demian se disputan la palabra. “Hoy comimos tarta”, dice Demián. “Sí, de jamón y queso”, completa Iara. “Ayer comimos ravioles y anteayer milanesas con puré de papas”, informa Demián. “Y, de postre, hoy mandarina y ayer manzana. Nos gusta la comida de acá”, agrega Iara. Detrás de ellos, se ve asomarse intermitentemente la cabeza de Yamal. Dando saltos gigantes quiere sumarse a la escena.
“Cuando nos dijeron que veníamos todos juntos pensé: << Dios mío- Lo que le espera al de al lado>>. A veces son las 12 de la noche o la una de la mañana y ellos siguen levantados. De alguna forma tienen que gastar energía porque sino no se duermen más”, explica Camila.
Camila mueve el telefóno y hace un paneo para mostrar la habitación. Es muy grande, hay 4 camas simples y una matrimonial. Tiene ventanas que dan a la calle. Una televisión, un placard y un pasillo lleva al baño y a la puerta de entrada. “Cuando tocan a la puerta, tenemos que esperar a que se vaya el personal. Recién entonces retiramos la comida o, por ejemplo, un medicamento para el dolor de cabeza o por si te sentís mal”, narra.
Demián cuenta que estos días juegan entre los tres, miran tele y arman un rompecabezas que un amigo de sus papás les alcanzó al hotel. “Lo armé como 8 veces ya. Me lo sé de memoria”, declara. Yamal toma una pieza celeste del piso y la acerca a la cámara. Iara, la mayor de los tres, toma la caja del rompecabezas y, mientras señala, describe: “Acá está el caballero con el caballo y la princesa con todos los animales, y atrás se ve el castillo”.
A ella no le gustan mucho ese tipo de juegos. “A mí me gustan las muñecas. Y extraño jugar con mi mejor amiga del colegio que se llama Nerea. También me gusta pintar y hacer pulseras. Antes, cuando me regalaron las cosas para hacer pulseras, yo hacía pulseras para todos. No tengo para mostrarte ahora porque para dormir me las saco porque sino te lastiman”, afirma.
Yamal se acerca sonriendo y muestra un muñeco negro. “El muñeco del hombre <<maraña>>”, lo presenta a cámara y sale corriendo. Iara no tarda en cumplir su deber de hermana mayor: “Hombre <<araña>>”.
Una sorpresa en su día
Es domingo, 16 de agosto. Los minutos por fin pasan. Camila abre la puerta. En el banco blanco que usan hay tres bolsas con las ansiadas sorpresas en su interior. Yamal salta alrededor de la habitación. “¡YUJUU!”, grita. Iara aplaude con una sonrisa de oreja a oreja. “A ver…”, dice Demián mientras agarra las bolsas y lee los nombres escritos en ellas. “Este es mío”, sentencia. Los tres hermanos empiezan a mirar los regalos. Como siempre pasa entre hermanos, Demián quiere el robot que le tocó al hermano y empiezan los intercambios y las negociaciones.
Iara ya no va a tener que jugar más con el rompecabezas. Una muñeca que acaba de sacar de la bolsa va a suplir por estos días todas esas otras que la esperan en su casa. Demián observa una pelota amarilla y azul, su hermano pequeño le ganó la pulseada. A Yamal no le alcanzan sus manos de tres años para agarrar sus favoritos: un camión azul, el famoso robot y un libro para colorear de Dragon Ball Z.
En su habitación del Cyan Hotel de las Américas, Aaron tira el contenido de la bolsa en el piso: golosinas, un juego de cartas, fibras, hojas para dibujar y un montón de papeles de colores. Tres paquetes de papeles de colores. Ya está listo para alejarse un poco de la notebook y el celular y ponerse a practicar el arte oriental de doblar papeles para crear figuras o jugar a las cartas con su tía Josmary.
“Gracias por las chuches y los papeles para hacer origami. También me gustaron las cartas. Voy a jugar ahora mismo con mi tía, le estoy enseñando cómo jugar”, cuenta Aaron con su seriedad habitual. Las chuches son golosinas que, con diferentes nombres aquí y allá, saben igual de bien.

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